El mensaje llegó inquieto, como un cachorro. Pero sólo aquél silencio podía acallarle y hacerle observar. Unos ojos cansados lo leían, sin provocar aquella lectura un sólo movimiento en su cara.
Aquello asustó al cachorro y huyó por la portilla de la finca, que estaba abierta.
Horas más tarde, un vecino del pueblo lo encontró en la carretera.
Lo habían atropellado.